HISTORIAS DE NUNCA JAMÁS
- De la Redacción
- 16 ene 2016
- 3 Min. de lectura

- ¡Jesús! Ven rápido, necesito que me ayudes a limpiar la casa, porque ya sabes que en la noche partimos la rosca, además, tienes que dormir temprano porque los Reyes Magos van a llegar y, si no obedeces, no te van a dejar lo que pediste. Por cierto, ¿qué dice tu carta?, ¿por qué la sellaste?
- Ya voy mamá, en un momento te ayudo a barrer y a trapear. Quiero que la casa esté limpia, no porque vengan los Reyes Magos, lo hago porque por primera vez, van a venir mis abuelos. Quiero que se sientan a gusto, que respiren un ambiente tranquilo.
- Gracias hijo, te agradezco mucho que me ayudes. Pero no me respondiste, ¿por qué no quisiste que leyera tu carta?
- Mami, mañana por la mañana lo sabrás, no seas tan curiosa. Seguramente los Reyes Magos ya saben lo que pedí, espero que cumplan con lo que escribí en mi carta.
Ese día, durante la noche, los abuelitos de Jesús llegaron a tiempo para partir la rosca, llevaron chocolate para acompañar la cena. Todos convivieron, compartieron risas y platicaron hasta la madrugada. Toda vez que Jesús y su mamá terminaron de lavar los trastes, el joven de 16 años, tuvo una plática muy emotiva con Doña Rebeca.
- Mamá, quiero decirte que me siento muy orgulloso de ti, me has enseñado a valorar a mi familia, tu amor y mi vida. Has sido la mejor madre del mundo. No quería irme a dormir sin decirte esto. Te amo mami.
- Jesús, hijo, sabes que también te amo, y me siento muy halagada con tus palabras, gracias por decírmelo. También me siento muy orgullosa de ti, sé que serás un hombre de bien. Me da mucho gusto que comencemos el año tranquilos, disfrutando de la vida y de nuestra familia, pequeña, pero muy unida. Sé que tu papá está cuidándonos, él está aquí con nosotros, ¿no crees?
- Sí mamá, lo sé. Bien, me voy a dormir, estoy muy cansado. Gracias por todo. Además, no quiero que los Reyes Magos se espanten al vernos todavía despiertos, y no cumplan con mi deseo. Buenas noches má.
- Buenas noches hijo, no vayas a hacer trampa. Duérmete.
Pasaron las horas, todos en la casa de Jesús, dormían. Justo cuando comienzan a brillar los rayos del sol, Doña Rebeca se levanta, encamorrada, pero con una sonrisa que se dibuja lentamente cuando piensa en lo que contento que encontrará a su hijo, abriendo los regalos que los Reyes Magos le dejaron.
Sin embargo, eso no ocurrió. Una vez que bajó las escaleras para dirigirse a la recámara de Jesús, se percató que su cuarto estaba intacto. No le dio importancia, pues pensó que, quizá, se había dormido en la sala para sorprender a los Reyes Magos. Pero, cuando llegó a la sala, los abuelos de Jesús, pasmados y con lágrimas, dirigieron la mirada triste hacia Rebeca, quien, desorientada y preocupada, pregunta por su hijo a sus papás.
- Papá, ¿por qué lloran?
- Hija, tienes que ser fuerte y pensar que, los Reyes Magos, pudieron hacer feliz a tu hijo.
Con el corazón latiendo más rápido que un suspiro, Rebeca se percata que la carta que Jesús había escrito a los Reyes Magos estaba en el suelo, la levanta y comienza a leer lo siguiente:
“Queridos Reyes Magos, sé que esta noche estarán muy ocupados, yendo a muchos lugares para repartir infinidad de regalos; también sé que estarán cansados, sedientos y hambrientos. Por eso, mi petición no tiene nada que ver con algo material, sino con un deseo que tengo desde hace varios años, y pensé, que el mejor regalo que pudieran otorgarme es llevarme con mi padre.
Cuando lean esta carta, deben saber que me despedí de mi familia, especialmente de mi madre, es la mejor del mundo. Todos estarán bien, entre mi padre y yo, cuidaremos de todos como Dios nos ha cuidado siempre. Lo único que quiero es reunirme con él, estar a su lado todo el tiempo, para recuperar el tiempo que perdimos. Sé que son capaces de cumplir con mi petición. Estoy listo”.
Después de leer lo anterior, Rebeca cae, comienza a llorar sin poder contenerse. Sin embargo, repentinamente, sintió un calor tan especial que la tranquilizó e, incluso, le provocó una risa de paz y tranquilidad. Fue entonces cuando comprendió que su hijo, por fin, había recibido el mejor regalo del mundo, sabía que finalmente Jesús era feliz, lo que siempre quiso.
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