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Soy Pirata...

  • Por: Nabil López
  • 3 sept 2015
  • 3 Min. de lectura



Quisiera empezar mi historia con el tradicional “había una vez”, pero así empiezan las historias bonitas y concluyen con un final feliz. Sin embargo, esta historia, más que felicidad, tiene que ver con peligro y abuso.


Mi nombre es Pirata, soy un perro de raza antiguo pastor inglés, tengo 3 años de vida y hace algunos meses fui abandonado y esta es mi historia…


Era el 15 de Septiembre, un gran día, pues todas las personas esperaban que llegara la noche para festejar, como cada año, con baile, fiesta, luces y color. Yo sé que las fiestas patrias son momentos que más disfrutan los humanos porque, dicen, que es un momento para disfrutar con la familia y amigos. Sin embargo, para las mascotas y los perros abandonados como yo, suelen ser uno de los periodos más traumantes del año; porque, mientras ellos se divierten y conviven felices, nosotros, a los que nadie escucha, a los que nos usan para jugar bromas pesadas y divertirse al ver nuestra desgracia, estamos aterrorizados por los fuegos pirotécnicos.


Creerás que exagero en lo que te digo, pero, de verdad estas fechas nos causan terror y te explicaré por qué. Los estruendos provocados por la pirotecnia hacen que nosotros, los perros, nos pongamos nerviosos y asustados, pues tenemos una capacidad auditiva mayor y más sensible que la de los humanos, es decir, podemos detectar un sonido débil a una distancia entre cuatro y cinco veces mayor que un ser humano.


Se llegó la noche de aquel terrible día y Luis, un niño de trece años, salió muy entusiasmado de su casa, pues sus padres le habían dado dinero para salir a divertirse y jugar con sus amigos, advirtiéndole que no debería comprar cohetes, porque eran peligrosos.


Él no hizo caso a lo que sus padres le dijeron y fue directamente a comprarlos. Después, él comenzó a jugar y a arrojar los cohetes por la calle, sin imaginar que algo malo pudiera pasar.


En el centro del pueblo me encontré con Luis. Nunca olvidaré la manera en cómo me miró y me engañó, dándome un trozo de pan, me acarició, después me sujetó y amarró algunos cohetes en el cuello y la cola, el reía junto con sus amigos y al verme decía: será divertido muchachos, yo no entendía porque, pues me seguían dando de comer, hasta que sin darme cuenta prendió los cohetes.


Luces, humo, risas y estruendos me rodeaban, yo corría pero los cohetes no se caían de mi cuerpo y rogaba porque eso terminara pronto, algunos minutos después todo se convirtió en un gran silencio ya no escuchaba nada, ni siquiera el horrible ruido de los “cañones” que los niños seguían aventando, solo podía sentir un gran dolor en todo mi cuerpo, mis ojos estaban lastimados, mi pelo y piel estaban totalmente quemados, no podía levantarme, mis amigos me miraban con temor y tristeza pero ya nada podían hacer por mí, me encontraba agonizando.


Parece que las vida de un perro como yo no vale, la gente no hizo nada al ver lo que el niño hacía conmigo, los humanos solo se alarman cuando un accidente con cohetes le pasa a alguien de su especie, mientras que si nos pasa a nosotros ellos solo ríen.


Mi vida término en medio de dolor y sufrimiento, solo por diversión de unos cuantos niños que no respetan la vida de nosotros los perros callejeros, pero sobre todo por la inconsciencia de los mayores que les venden cohetes, aun sabiendo que pueden causar daño a otros e incluso a ellos mismos por algún descuido.


Lo que a los humanos les parece un espectáculo maravilloso lleno de color y con un poco de ruido, para nosotros es un martirio, pero nunca se fijan eso.

 
 
 

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