EL ARTE DE SER ARTESANO
- Berenice Moreno
- 27 jun 2015
- 4 Min. de lectura
El éxito: depende del cansancio del cuerpo, no del trabajo, porque éste nunca se termina.
El olor a leña quemada impregna los rincones de Santa María Canchesda, comunidad ubicada en el vecino municipio de Temascalcingo.

El señor Ramón Cruz Romero –habitante de la comunidad- me da la bienvenida con cara de desconcierto, y me conduce hacia una modesta construcción de adobes y láminas de asbesto, sitio donde Abundio Retana Martínez y Jesús Martínez Barrera tienen su taller dedicado a la elaboración artesanal de cazuelas de barro.
Al escuchar la palabra artesanía, con frecuencia vienen a la mente imágenes de comunidades indígenas “estancadas” en el pasado, que venden sus productos en mercados y en avenidas concurridas. Sin embargo, la realidad es otra. Quienes aún se dedican a la elaboración de productos artesanales, en muchos casos, no salen a vender, sino que el comprador llega hasta sus hogares, o también, si son clientes frecuentes, con una llamada realizan un pedido.
El trabajo de los artesanos es poco valorado, al igual que pocas son las personas que compran por convicción, otros lo hacen con el deseo de ayudar, pero sin otorgar el valor justo a los productos que desean, muchos “regatean” –como lo comenta- Abundio.
Abundio y Jesús son artesanos, oficio fue heredado por sus padres, mismo que se han encargado de enseñarlo generación tras generación. Amables y entregados a su labor, inician el diálogo, narrando cómo se realiza esta tarea tan tradicional y maravillosa.

CAZUELAS PARA EL MOLE
Para quienes no conocen la elaboración de cazuelas de barro, ¿en qué consiste su proceso de elaboración?
Abundio, explica que el primer paso consiste en traer la tierra al banco. La tierra tiene que ser la adecuada, por eso, hay que saber escoger la que es roja. Debe tener poquita arena. Si no tiene las características necesarias, puede causar que las cazuelas se abran solas y no sirvan.
Cuando ya se tiene la tierra suficiente, se expone al sol para que se seque perfectamente bien. Una vez seca, se muele en el molino.
Anteriormente no se utilizaba el molino, – alza la mirada y señala el instrumento que se encuentra a escasos metros de donde Abundio realiza su trabajo –, las personas realizaban el trabajo con un palo; a golpes, el mazo que se utilizaba se le llamaba apaleador. Pero eso era muy trabajoso. Con el paso de los años, se empleó el molino que reduce considerablemente el tiempo de elaboración.
Ya que se logra un polvo fino, se le agrega agua suficiente para que se haga barro y quede con la consistencia que todos conocemos – el señor Ramón toma una porción y la muestra para corroborar la consistencia de la masa –.
Cuando ya se tiene la masa con la calidad deseada, comienza el proceso de elaboración de la cazuela.
La elaboración de cazuelas es resulta trabajosa y se lleva a cabo en varias técnicas: forjadas y moldeadas. La primera, se emplea para las cazuelas pequeñas que se realizan de una sola pieza y sólo se le agregan las orejas. La segunda, se utiliza para las cazuelas moleras que llegan a pesar hasta 15 kilos, una vez terminadas.
Para la elaboración de las cazuelas moleras se ocupan entre 5 y 6 kilos de barro para el molde. Una vez que ya se tiene, se deja aproximadamente unas 4 horas a secar, pero no directamente al sol porque se rompe. Ya que el barro está seco, se coloca el gollete –es la parte superior de la cazuela- y las orejas.
Posteriormente, vuelven a exponerse al sol 6 horas más para que el barro se seque perfectamente bien. Después, se les hace el primer cocimiento en el horno unas 4 horas, dependiendo de la cantidad de leña o aserrín que se ocupe. Se sacan del horno.

A todas las cazuelas que ya tienen el primer cocimiento se les aplica la Greta (barniz), una mezcla líquida que proporciona el vidriado que lleva la cazuela y para lograrlo, el objeto de barro se debe meter otra vez al horno durante algunas horas más, y una vez fuera, ya se encuentran listas para preparar el mole.
Con enmarcado abatimiento, los artesanos comentan que los precios de venta se encuentran por debajo de lo justo, ya que la inversión es mucha y los compradores que llegan a la región no pagan lo que se pide. Los están entre los 90 y 100 pesos por cazuela molera. Por eso, las ganancias van a la baja, ya que en cualquier sitio se pide cierta cantidad por ocupar un espacio, además del transporte y demás gastos que tienen por vender la mercancía de barro.
Abundio y Jesús, son artesanos, un oficio que ya no es redituable. Las ganancias –a veces escasas-, les permite mantener a sus familias “somos nuestros propios jefes a diferencia de una fábrica, donde, si no vas un día, ya te corrieron. Ahí, se trabaja por necesidad y no por gusto. Nosotros amamos nuestro trabajo, nos deja mucha satisfacción elaborar cosas con las que la gente cocina o adorna sus casas”, comentan.
Para Abundio y Jesús ser artesanos es parte de su vida diaria. Crecieron entre el polvo del barro y el olor a aserrín que emana del horno que se encuentra en su lugar de trabajo “trabajamos porque nos gusta lo que hacemos y cuando el sol se ha metido, le paramos, dependiendo de la demanda”. Así mismo, se refieren a la labor del artesano como un don, que por desgracia está desapareciendo, “pero nosotros tenemos el objetivo de mantener este trabajo, de enseñarlo a nuestros hijos para que nunca desaparezca”.
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