Concha Despreocupación
- Berenice Moreno
- 27 jun 2015
- 3 Min. de lectura
Había una vez, en un país muy lejano una mujer llamada Concha Despreocupación. Nuestra amiga tenía por rutina realizar el menor esfuerzo, en eso se le iba todo el día.

-Si mis jefes hacen como que me pagan, yo hago como que trabajo- exclamaba.
Concha añadía “Si llego a la oficina 10 minutos más temprano nadie me van a felicitar ni me van a pagar más, entonces ¿para qué levantarme temprano? Total, si llego tarde puedo poner de pretexto la tardanza del taxi, la lluvia y hasta las manifestaciones, no falta qué sacar- expresaba.
- Si veía a alguien alcoholizado o drogado, comentaba “yo ¿qué culpa tengo?”
- Si veía un asalto, robo o injusticia, pensaba “mientras no se metan conmigo, me vale”
- Si de votaciones se trataba, expresaba “yo no voto por ningún ‘güey’, al fin que ninguno me va a dar de tragar. Voy a dejar la basura en la esquina una vez que oscurezca, ni modo de pararme temprano a esperar el camión”- decía.
El punto es que todo le valía, no ponía empeño en nada de lo que realizaba y sus frases favoritas eran: “El que no tranza, no avanza”, “mañana será otro día”, “así está bien, al fin que para lo que es y para lo que me pagan…”, “¡hazlo tú!. Yo estoy cansada de trabajar y no estoy para eso”, etc.
Además, Concha tenía amigos de su mismo tipo: un agente de seguridad privada que se emborrachaba diario; un policía que sólo usaba el uniforme para atraer a las “morritas”; un maestro que no trabajaba, pero firmaba y recibía cheque; un doctor del IMSS que vendía muestras médicas e incapacidades; un abogado pasante y que sin título ni cédula, ejercía; un chofer de un tráiler que se robaba el diesel y lo vendía. Todos ellos, finísimas personas.
-Ni modo que me junte con puro ministro o diplomático, me junto con quienes son como yo- argumentaba, cuando su familia le hacía comentarios sobre sus amistades.
Un día, cuando Concha se iba al trabajo, la asaltaron, la golpearon y la dejaron tirada lejos de la civilización.
-¡No puede ser, tanta gente viendo y nadie me quiso ayudar, nadie se metió, dejaron que me golpearan!- dijo enojada, mientras caminaba en busca de una vereda que la condujera de regreso a la ciudad.
Ya en un lugar un poco más civilizado, vio una patrulla y le pidió ayuda a los uniformados que leían “El Metro”.
-Señores policías me acaban de asaltar dos fulanos, me amenazaron con una navaja. -No deben ir muy lejos- expresó a los uniformados.
-¿Y quiénes eran, señorita?- respondió uno de ellos, sin quitar la vista de lo que leía.
- ¿Cómo quiere que sepa?, me agarraron de espaldas, no les pregunté su nombre, pero uno traía una sudadera negra- enunció enojada.
Molesto el oficial respondió: ¿traía una sudadera negra? y ¿qué quiere?, ¿que persiga a todos los que traigan sudadera negra? ¡No seño!, vaya a la delegación a poner la denuncia.
-Seguro los conocen y saben en donde se esconden. Lo que pasa es que les dan mochada y por eso no los persiguen- dijo una señora de mediana edad que pasaba en esos momentos-.
-¿Qué es lo que le molesta Doña?, no se meta en lo que no la llaman y váyase a hacerle de comer a su marido- dijo el uniformado.
-¿Tú los conoces, sabes dónde están, me puedes servir de testigo?- dijo Concha a la desconocida.
- No, pero seguro fueron los que asaltaron a mi hija la semana pasada. Pero yo no quiero problemas, de nada va a servir que los denuncies-, dijo triste y se marchó viendo con desconfianza a los policías-.
Concha siguió su camino, por veredas y calles desoladas pidiendo ayuda a quienes encontraba. Había quienes la veían con cara de melancolía y quienes apresuraban el paso para no acercarse a ella.
-¿Dónde estoy?, este lugar parece el mismo infierno, nadie me quiere ayudar. ¡Qué gente tan fea!, pues ¿en qué país vivimos que a nadie le importa lo que a uno le pase?, se pregunta mientras avanzaba sin rumbo fijo.
De pronto y como sacados de una novela barata, pasaban por el lugar un grupo de voluntarios, que, al verla, trataron de ayudarla, pero Concha –desconfiada- dijo que no traía dinero; a lo que los jóvenes contestaron:
-Es momento de cambiar el país en el que vivimos, nuestra ayuda es desinteresada. Cambiemos nuestra manera de pensar, empecemos por nosotros mismos.
Vivimos en un México desconfiado en el que la gente no hace algo, a menos que le pase algo malo. Lamentablemente el grueso de la población no lee, no se cuestiona y sigue, a la clase política, sin cuestionar. La mayoría de los mexicanos, seguimos sin aprender de los errores.
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