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Historias de nunca jamás

  • shiguari
  • 23 may 2015
  • 4 Min. de lectura

Escupen la mano que les dio de comer.

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“Me entregué a mis hijos, y ahora, me abandonan”


Ana María Fernández nació el 25 de Agosto del año 1940 en el municipio de El Oro. Es la cuarta hija de 9 hermanos, sus padres se dedicaron a la venta de ganado. Su madre se dedicó siempre al hogar, a criar a sus hijos y a cocinar. “Doña Ana” como la conocen sus vecinos y amigos, recuerda con nostalgia las tardes de verano cuando apenas tenía 6 años de edad “mi madre siempre hacía tortillas, una salsa de molcajete y frijoles de la olla. Eran una delicia. Cuando terminaba de cuidar los borregos, llegaba directamente a la cocina para calentar una tortilla y hacerme un taquito. Tenía mucha hambre”.


La niñez de “Doña Ana” estuvo rodeada de carencias, pero también de sonrisas y buenos recuerdos. Así fue hasta que ella y sus hermanos comenzaron vidas separadas, los mayores se casaron muy jóvenes “antes se acostumbraba a que desde los 15 años ya estábamos listos pa'l matrimonio, si no era así, pos ya nos quedábamos pa' vestir santos. Le perdí la pista a mis hermanos. Conforme se fueron casando y como yo también hice mi vida, a mis hermanos más chicos casi no los traté”.


UN CUENTO DE HADAS


En el año de 1956 sucedió lo que se esperaba. Doña Ana conoció, durante la feria del pueblo, a Rodrigo Martínez, un peón de un rancho muy grande, ubicado a las orillas del pueblo. La pareja estuvo saliendo durante 4 meses, tiempo suficiente para conocerse y enamorarse. En noviembre del 56, la pareja se casó por el civil y por la iglesia, en una ceremonia sencilla “sólo invitamos a nuestros papás, no teníamos para una fiesta más grande. Además teníamos que pagar la renta de un cuartito en lo que nos poníamos a trabajar para construir nuestra casita”.

Fueron años muy difíciles, comenta Doña Ana, porque se embarazó inmediatamente. Después del primer año de casados nace su hija Juanita y en el siguiente año dio a luz a Víctor “era una mujer muy feliz, siempre soñé con ser madre, mi viejo también estaba muy contento porque teníamos la parejita y con su trabajo nos alcanzaba para darles lo más que podíamos”.


Pasaron los años, Juanita y Víctor no quisieron estudiar mas que la primaria. Juanita se casó a los 16 años y Víctor a los 18. Ambos vivían cerca de la casa de sus padres.


Cuenta Doña Ana que siempre hizo lo posible para que sus hijos no tuvieran las carencias que ella padeció cuando era niña, los apoyó en todo lo que querían hacer, aun cuando se metían en líos. “Yo los ayudaba a salir de algunos problemas, porque como madre, siempre he querido lo mejor para mis hijos y lo que menos quería, era que sufrieran. Si necesitaban dinero, se los prestaba o les cuidaba a mis nietos, nunca los dejé solos”.


Sin embargo, la vida color de rosa que tenía Doña Ana se tornó completamente negra.


EL MALTRATO Y EL ABANDONO


Hace aproximadamente 15 años que Don Rodrigo falleció, dejando sola a Doña Ana con unos pocos de ahorros, mismos que se esfumaron de la noche a la mañana, por saldar algunas deudas, pero también por ayudar a su hijo quien siempre estaba endeudado.


Ahora, a sus 75 años Doña Ana se encuentra desesperada, triste y bastante decepcionada de sus hijos porque sabiendo de su avanzada edad no son capaces de ayudarla, no sólo en lo económico, tampoco tienen la voluntad de convivir con ella “yo quiero mucho a mis hijos, pero jamás imaginé que se portarían así conmigo. Gracias a mi esposo tengo una casita muy humilde. Para sobrevivir me dedico a la venta de quesadillas. Pero no es suficiente, todo ha subido y algunas veces les digo a mis hijos que me ayuden con la luz o con lo que puedan; pero siempre me dicen que no tienen la obligación y aparte mi hija me ha amenazado varias veces con quitarme la casa y echarme a la calle”.


Doña Ana vive con el temor de ser desalojada de la noche a la mañana por su hija, ya que en varias ocasiones le ha dicho que ya está viendo a un abogado sin especificar con qué objetivo “no sé qué hacer, estoy grande y no tengo recursos para contratar a un abogado, estoy desesperada y angustiada, pensé que al llegar a vieja, viviría tranquila con mi esposo. Pero mi realidad es muy triste, no quiero terminar en la calle o pidiendo limosna, no soy una mala persona como para ser tratada como basura por mis propios hijos”.


Los hijos pueden convertirse en los verdugos de sus padres. Tristemente los adultos mayores son el blanco de sus vejaciones, amenazas, despojos, maltrato y abandono. Sin embargo, son los mismos padres quienes (en la mayoría de los casos) generan el desapego y fomentan el egoísmo en sus hijos al momento de darles todo sin enseñarles la importancia del trabajo y la responsabilidad.


Mientras los padres sean sobreprotectores y alcahuetes de sus hijos, los casos de discriminación, abandono y maltrato hacia adultos mayores se incrementarán. Por eso, es importante que se tome en cuenta el caso de Doña Ana “quisiera regresar el tiempo y no haber consentido o sobreprotegido tanto a mis hijos. Ahora me pongo en las manos de Dios para que ilumine a mi hija y no cumpla su palabra de dejarme en la calle”.

 
 
 

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